Bueno o malo, apoyador de dictaduras o no, si de algo podemos estar seguros quienes seguimos el singular pontificado del nuevo Papa es que le sobra algo que a sus antecesores les faltaba: cercanía a las masas. Entiéndalo como popular, carismático o consumado marquetero, pero Jorge Mario Bergoglio está logrando, desde el comienzo y con gestos continuos, ganarse sino la adhesión si la simpatía de millones que habían perdido la esperanza de ver una congregación más reformista, más de actitudes que de palabras; más aparejada, desde arriba, con el auténtico designio cristiano de identificarse con los humildes.

Incluso, ahora quienes ven a Francisco ser hincha y socio del club San Lorenzo de Almagro, mantener sus zapatos viejos antes que los protocolares de cuero rojo, haber tenido novia cuando chibolo, cambiar el trono de oro por un sillón de madera, trasladarse en bus antes que la lujosa limosina, comprar el pan en la esquina o portarse como uno de a pie amén de otras muestras de notable sencillez, seguro se preguntarán, porque los de máxima investidura no lo hicieron antes. O, ¿por qué nunca tuvimos más auténticos franciscanos, esos que predican la pobreza como un valor?

Más aún, si la golpeada y cada vez con menos terreno Iglesia católica requiere, ahora más que nunca, adaptarse a los nuevos tiempos y no al revés.

Por tanto, bienvenido al barrio ‘brother’ Pancho.

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