Detesto las corridas de toros. Es más, rechazo cualquier evento que suponga enfrentamiento directo entre humanos y animales y tampoco concibo el arte como sometimiento sobre un indefenso ni así lo defienda el propio Vargas Llosa. Claro, el arequipeño podrá ser nuestra mente más lúcida dirán muchos pero también deberán admitir que varias veces mete la pata hasta el fondo igual que su hijo mayor. Digo esto pues me enteré que la Plaza de Toros de Trujillo está siendo demolida para dar paso a un centro comercial y algunos pitean como tren de sierra aduciendo que una de las ‘muestras culturales’ más reconocidas se verá afectada.

Y respeto absolutamente posturas contrarias pero, ¿de cuando acá la Capital de la Marinera mantiene devoción por la españolísima fiesta brava?

O, ¿qué tan continuamente se realizan en nuestra ciudad en las últimas décadas? La respuesta es obvia. Tanto como el cruel y execrable trato que reciben los bovinos en nombre del arte mientras cientos saltan de gozo y muestran nuestro espíritu más pobre.

Felizmente, con el paso del tiempo y la globalización de los medios, redes sociales y la información sin fronteras, las campañas en defensa de los animales han multiplicado su trascendencia hasta convertirse en requerimientos casi universales. Incluso, en regiones de la propia España y muchos otros países las corridas de toros han sido abolidas.

Ya, por último, plantearía una salida tolerante: mantenerla pero con la condición de no herir al animal.

Hasta la próxima.

o.rivasplata@pucp.edu.pe